Por Fernando Fuentes
Para Miguel Servet, científico y mártir español, los motivos eran más que suficientes. Había nacido en el año 1511 en una localidad ubicada al norte de España denominada Villanueva de Sijena. Con una sólida formación humanística y teológica, un libro denominado De Trinitatis Erroribus -considerado como hereje por poner algunos reparos a la Santísima Trinidad-, además de no pocos conocimientos de anatomía humana, se proponía ahora localizar el alma.
Buscaba el alma en la sangre
Un alma que según la tradición bíblica había sido traspasada por Dios al hombre gracias a la respiración y que para Servet indefectiblemente tenía que encontrarse en la sangre. «Por eso se dice que el alma misma es la sangre o espíritu sanguíneo. No se dice que el alma esté principalmente en las paredes de corazón, ni en la masa del cerebro o del hígado, sino en la sangre”, repetía Servet. Con esa convicción no le quedó otra opción que estudiar la circulación pulmonar.
Entre 1536 y 1538 vivió en París, en cuya universidad estudió medicina. Allí tomó lecciones de anatomía, practicó la disección de cadáveres, tuvo como compañero a un gran anatomista llamado Andreas Vesalio y cosechó elogios de sus maestros. Esa experiencia quedó plasmada en el capitulo V de su texto cumbre Christianismi restitutio, publicado en 1553.
Describió el gran tamaño de la arteria pulmonar, encargada de llevar sangre no oxigenada a los pulmones, así como las paredes del ventrículo derecho del corazón con el orificio de salida de la nombrada arteria. También el retorno de la sangre roja al corazón, por medio de las venas pulmonares.
Circulación menor, ventrículos cardiacos y después
“El espíritu vital se genera en los pulmones de una mezcla de aire inspirado y de sangre sutil elaborada que el ventrículo derecho del corazón transmite al izquierdo. Sin embargo, esta comunicación no se hace a través de la pared media del corazón, como se cree corrientemente, sino que por medio de un magno orificio. La sangre sutil es impulsada hacia delante desde el ventrículo derecho por un largo circuito a través de los pulmones”, afirmaba Servet.
Para luego concluir que “en ellos se convierte en roja y clara y es conducida desde la arteria pulmonar hasta la vena pulmonar. Después, en la vena pulmonar, se mezcla con aire inspirado y a través de la expiración se purifica de los vapores fulginosos… Del mismo modo se envía desde los pulmones al corazón no solo aire, sino aire mezclado con sangre a través de la vena pulmonar”.
De errores, ira y muerte en la hoguera
No estar atado a antiguas creencias, indagar y escapar a los dogmas, fueron preocupaciones no menores del científico español. Varios siglos atrás la autoridad de un médico eminente llamado Galeno se había encargado de dejar instaurada una concepción errónea. Creía que el tabique que separa al ventrículo cardiaco izquierdo del derecho constituía una especie de colador con múltiples orificios. Según Galeno, por allí la sangre fluía libremente. Pero sucedió que al examinar las cavidades cardiacas, Servet no logró encontrar por ningún lado rastros de dichos orificios.
Lo publicado en unas pocas páginas de Christianismi restitutio significó para la comunidad científica un avance central en el campo de la fisiología humana. Pero el texto no se limitó a contener únicamente datos acerca de la circulación sanguínea, también discrepó nuevamente con lo establecido acerca de cuestiones teológicas tales como la Santísima Trinidad y el bautismo de los recién nacidos.
Difícil sería en la ficción imaginar la reacción de un desacreditado Galeno, claro de haber sido ambos contemporáneos. Pero peor es recurrir a la historia, recordar persecuciones de católicos y protestantes por igual, la ira de un líder poderoso llamado Juan Calvino, la condena a morir quemado por pensar diferente.
El 27 de octubre de 1553, Miguel Server -considerado luego un héroe de la libertad de conciencia- fue asesinado en una hoguera de la ciudad suiza de Ginebra. A pesar de los expresos pedidos de retractación, decidió no cambiar de parecer. “Arderé, pero eso será un mero incidente. Continuaremos nuestra discusión en la eternidad”, dicen que afirmó. La ciencia lamentó la pérdida de Servet, pero para él sobraban los motivos.
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Magnífico artículo, gracias.